sábado, 22 de febrero de 2014

Morir

Morir, terminar, acabar... son palabras trágicas aunque fervientemente deseadas. No tener salida, sentirse atrapada, perdida... y acabar.

Cuántas veces he criticado la necesidad de terminar de muchas personas. La vida es un regalo, decía. La vida hay vivirla, disfrutarla, seguía. La vida es una puta carrera de obstáculos sin final. Y yo estoy harta de saltar, de esquivar, de arriesgar, de avanzar, de retroceder después para intentar llegar a una meta que no veo. ¿Dónde está la maldita bandera del final? ¿Existe acaso?

He vivido tanto en tampoco tiempo que a veces tengo la sensación de tener muchos más años de los que tengo. No soy ni mucho menos una persona experimentada en muchos aspectos de la vida. No me he desarrollado profesionalmente ni personalmente. Pasé casi tres años de mi vida en paro, ansiando cualquier oportunidad laboral en España. Escapé a Alemania creyendo que allí conseguiría la vida que creía merecer.

En Alemania aprendí que la humildad es un preciado tesoro que no hay que canjear por nada. Da igual lo que tú creas ser. La vida te da lo que considera que mereces. Pasé de un trabajo prometedor, en el que iba a mejorar mucho mi alemán, en el que iba a conseguir olvidar a la persona que me dejó marchar. Y no encontré más que desprecios y abusos por los que creí, me tendían una mano. Trabajé más de 14 horas al día. Abríamos y sacábamos la puta terraza. Esperábamos a los clientes inexistentes. Y yo me ahogaba, le necesitaba, a él. A ese individuo chulo y presumido que me había cambiado la vida para siempre.

Comencé a temer a esos que me dieron la "oportunidad". Me aterraban, se gritaban, se pegaban, manipulaban y nos debían. Conseguí huir de allí, llevándome conmigo a mi compañera y amiga. Juntas y gracias a la ayuda de mis padres, recorrimos con un saxo viejo del sur al norte de Alemania. Para ir a trabajar a una fábrica de envasado de carne. En principio yo iba a ser traductora y ella peona industrial. Al final, sólo era la pringada de turno de la que aprovecharse. Era la llave.

Conseguí que ese hombre que tanto necesitaba cogiese un avión hasta Bremen. Avión que él temía, odia volar. Y allí después de tantos meses, le vi saliendo a toda velocidad del aeropuerto, no me vio, tuve que correr tras él. No se me podía escapar, ahora no. Estaba en la entrada, mirando sin parar a todos lados, buscándome. Cuando se dio cuenta que estaba a su lado fue tal su abrazo que temí partirme en dos. No era extraño, entre sus brazos estaba en casa. Ese era mi sitio.

En mitad del camino a donde yo vivía, paramos para querernos. Hicimos el amor a lo bestia. Hacía mucho que no le sentía y yo sólo quería tenerle en mi. Era mío.

Durante una semana, que corría tan rápida como minutos, disfrutaba de su compañía a sabiendas que duraría muy poco. No lo podía consentir. No se podía ir. Me devané los sesos para conseguir que se quedase conmigo. Al final conseguimos un trabajo juntos. Íbamos a entrar en otra cárnica. Juntos. Hicimos un largo viaje de vuelta España. Él tenía que arreglar unos papeles en su trabajo (tiene una excedencia aún) y yo necesitaba abrazar a mi sobrino de nuevo.

Todo era un sueño, por fin lo había conseguido. El amor de mi vida estaba conmigo, renunciaba a todo por mi. Íbamos a estar juntos. Estuvimos una semana de vacaciones, disfrutando del sol, de la familia y de los amigos. Hicimos las maletas y volvimos a la tierra prometida, Alemania.

Pues bien, he de decir que Alemania es una mierda, como diría Estela Reinols, (y él entiende este guiño), "es una gran caca pintada de purpurina". No sólo encontramos engaños y traiciones al llegar. La gente a la que yo había ayudado, me ponía la zancadilla, o con ellos o solos. No teníamos dónde vivir, y en ese trabajo, pues simplemente no sabían cuando íbamos a entrar. Y allí nos encontramos, lejos de casa, sin hogar, ni patria, ni trabajo.

Conseguimos un piso, ay ese piso, siempre lo recordaré con mucho cariño. Allí fui realmente feliz, tenía a mi familia allí, le tenía a él. Nunca he sido buena ama de casa, y allí lo pudo comprobar. Aún me lo recrimina. Pero yo era enormemente feliz.

Le di la fuerza necesaria, y las palabras justas para entrar en un almacén de ruedas y conseguir trabajo. Él odiaba ese sitio. Y yo sin esperanzas de nada mejor entre a trabajar en el McMierda. Odiaba ese sitio. Allí yo sólo era basura española que no valía para trabajar, no era lo suficientemente rápida, y me retaban cada día, a fin de que me derrumbase por completo. Llegó mi cumpleaños, y a sabiendas del mismo, muchos compañeros lo ignoraron y cuchichearon creyendo que no les entendía. No merecía la pena un gesto amable. A excepción de tres. Él hizo todo lo posible por hacerme sentir bien en ese día. No lo consiguió. Gracias aún así por haberlo intentado.

Desde que llegamos, primero por comentarios fortuitos de varias personas, y luego por unos síntomas muy propios, intentamos la maravillosa aventura de ser padres. Ansío tener hijos con él, y que todos sean clones suyos, él es precioso. Cada milímetro de su ser es un regalo divino. Pero se ve que yo no merecía ser madre...

Una voz amiga nos dio el chivatazo de un trabajo mejor, en el que podíamos entrar juntos. Pero estaba muy lejos de nuestro humilde y triste lugar. Aún así, abandonamos nuestros odiados trabajos y empezamos la nueva aventura. Trabajar de noche a 60km de casa. No sólo era un desgaste físico sino también económico.

Llegaron las navidades. Él me picaba con que a lo mejor, en Navidades no sólo iba a venir su hermana, quizá, vendría acompañado de alguien. Él no llegó a pensar que yo me ilusionaría que al verla llegar sola, me sentiría, pues eso, sola. No la guardo rencor, es una niña adorable que espero, consiga una buena vida. Eres todo dulzura cuñada. Pero ojalá que él no hubiese hecho esa broma, que me resultó tan cruel. Nunca lo hemos hablado.

Y yo por aquel entonces no paraba de dormir, no tenía fuerza para nada. Me estaba deprimiendo. Él se desesperaba, no sabía que hacer, me metía caña...

Concluimos que lo mejor era volverse e intentar vivir en España. Aún no sé si ha sido un error.

Su coche estaba destrozado, íbamos con el dinero justísimo. Muchas esperanzas. Pero ha sido una bofetada tras otra. En mi familia no paraban de repetirme que no lo íbamos a conseguir. Mi querida hermana parece tener la necesidad de que mi vida sea peor que la suya. Mis amigas estaban todas muy ocupadas. Y él me odiaba.

Recuerdo verle entrar en casa de mis padres, y digo de mis padres, porque siempre se aventura a recordármelo, acelerado y con una camisa horrorosa. Venía a dejarme. Me esquivó el beso y me trató con si yo hubiese sido una mentirosa aprovechada. Aún me duele. No sé como pero seguimos juntos. O eso creo. A la mañana siguiente hicimos el amor y no paraba de repetirme que le abrazase. Me necesitaba. Pero no quería tenerme.

Pasamos más días separados, el buscaba trabajo y yo me hundía. Al final, y a la desesperada, pedí un favor a una amiga de facebook, una chica a la que no había visto en la vida, pero con la que había hablado infinidad de veces. Gracias a ella tengo trabajo. Él no entiende que ella me ayudase. Tampoco hay mucho que entender, hay gente buena en la vida, aunque es muy escasa. Una lástima.

Me aventuré a cambiarme de nuevo de ciudad, si me había ido a otro país, por qué no iba a ir a otra comunidad, es un riesgo mucho más leve. Ese día me acompañó hasta el tren. Casi nos empotramos con un ciervo por el camino... Me dio dos besos, como si no hubiese nada entre nosotros, yo no era capaz de hablar, estaba concentrada en no derramar ni una sola lágrima. No lo conseguí.

Ahora vivo con una chica en un piso compartido, y a veces tengo la gran suerte de compartir mi día con él. De abrazarle y quererle. Pero ahora él está perdido. Y yo no sé como ayudarle. No es una persona fácil. Y sencillamente sin él, no me merece la pena vivir.

Si esta vida se empeña en separarnos, pues que acabe ya conmigo, porque así, yo no quiero vivir. Sencillamente no puedo.

Prefiero simplemente, MORIR.

 

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