lunes, 9 de enero de 2012

Nuestro mundo enfermo

Buenas noches a todos, o lo que corresponda según franja horaria.

En esta vida hay dos tipos de personas, las buenas y las malas; no hay medias tintas. Una persona buena puede comportarse en alguna ocasión mal, pero no le convierte en mala persona. Igual sucedería con las malas personas, una buena acción no conlleva su transformación al buen camino de la vida. 

Desde que nací me han educado en la moralidad; "no desees a los demás lo que quieras para ti", "no hagas nada a alguien que no quieras que te hagan a ti". En definitiva, se buena persona, ayuda siempre que puedas, e inténtalo cuando no puedas, aunque no lo consigas. Crecí convencida que la bondad me eximía del dolor, que la vida me recompensaría por mi buen hacer, por mis valores y mis acciones. A medida que cumplía años me fui desengañando de esta imagen justa del mundo, hasta llegar a la conclusión de "cuanto peor eres mejor te irá en la vida".

Abrí los ojos. Observé el mundo. Y me avergoncé enormemente. Corrupción, engaños, maldad, robos de todo tipo, vejaciones. El mundo ya no me parecía tan bonito ni tan idílico. Me di cuenta que los poderosos, los que controlaban el mundo, los que tenía todo lo que cualquier persona desea, ellos, no eran buenas personas. Así concluí que en esta vida, en el modelo de mundo que hemos creado la humanidad, la bondad no se estila. No se llega a ningún lado siendo bueno.

Prima el valor, la remuneración, los beneficios, el egoísmo. No importa si con estos actos reprobables se daña al prójimo, si se permite la desigualdad, la falta de oportunidades, e incluso, si por alcanzar mayores beneficios, mueren personas inocentes. Es lo que veo cada día.

Muchas persona prefieren seguir ciegos, otros batallan y los hay que simplemente se rinden. 

Existen también dos tipos de padres, los buenos y los malos. Afortunadamente me tocaron los buenos, yo tuve suerte. Y aunque resulte inconcebible, existen realmente los malos padres. Padres que abusan de sus hijos. Padres que maltratan a sus hijos. Padres que descuidan a sus hijos, etcétera. 

Tener buenos padres no te exime de no sufrir. Hay cosas que incluso la más valiente de las madres no puede ni batallar ni evitar. Y esa valiente madre solo puede abrazarte y calmar tu dolor con su amor, sus besos, sus caricias, e incluso, sintiendo un dolor desgarrador en su corazón al ver el sufrimiento de su hijo, su sonrisa. Padres que, a pesar de la dureza de su carácter, de esa fachada de fortaleza que, nuestra sociedad inculca a cualquier hombre, llora desconsoladamente porque su hijo sufre, sufre y no puede hacer nada por ayudarle.

Existen personas que se conmueven ante el dolor ajeno, que empatizan y comparten el dolor de los que le rodean. Personas que con gusto soportarían la dura carga de un sufrimiento que no le corresponde. Y otras, simplemente se jactan de que el dolor y el sufrimiento les evite.

Pero otra de las cosas que he ido aprendiendo en mi vida es que, por mucha gente buena que te rodee, por muchos buenos amigos que te ayuden en malos momentos, el propio dolor no se divide. Permanece dentro de tu alma, oprimiendo con fuerza el corazón. Tan fuerte que es casi imposible respirar. Tan demoledor que es casi imposible seguir viviendo e intentar ser feliz.

El mundo está enfermo. Lo hemos infectado. E incluso sabiendo que éste no es el camino, permitimos que la putrefacción siga su curso. Hasta que el  mundo diga basta.

También me inculcaron que existía un poder superior, un creador de la vida, alguien que había sido tan bondadoso que nos permitió probar el maravilloso regalo de la vida. Un ser justo y bueno, que amaba todas las criaturas que él mismo había creado. Que cuidaba de todas ellas. No obedecía a ninguna religión conocida. Era simplemente el conocimiento, la aceptación, e incluso, el convencimiento de una existencia superior y mejor a la mía.

El medio del camino culpé a dios. Me revelé contra él. ¿Cómo era posible que permitiese tal aberración? ¿Cómo era posible que permaneciese inmóvil y no intentase, ni tan siquiera, salvar a sus hijos? Pero también me di cuenta de que nada de esto era culpa suya. Él nos había dado todo lo necesario para ser felices, todo lo necesario para ser buenos. Pero nos dio también la capacidad de elección. Y hubo quien decidió ser mala persona, querer más que los demás, que prefirió que los demás sufrieran mientras el se enriquecía y beneficiaba a su costa. Ya no culpo a esa esencia superior. El lo dejó todo preparado para que nosotros lo hiciéramos bien, pero no fue así.

A pesar de toda la maldad, de toda la injusticia, y del dolor desgarrador que paraliza mi alma, seguiré intentado ser siempre buena persona, que me dieron grandes regalos; la vida y mi propia elección. Porque te lo debo a ti mi cielo, mi ángel, mi orgullo.

Y aún cuando la derrota nos acecha, y está a punto de atraparnos, mi vida, te prometo, que intentaré ser feliz, que el dolor no bloquee mi vida, y que mis actos serán siempre tal y como hubiese deseado que fuesen los tuyos. Te juro mi amor, que estaré toda mi vida orgullosísima de tu lucha, tu valentía y tu existencia.

Te quiero Gael, mi pequeño luchador. 

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